martes, 3 de diciembre de 2013

INFORMATIVOS TELE NADA DE PABLO LORENTE, TEXTO DE MANUEL MARTÍNEZ FOREGA PARA LA PRESENTACIÓN

Este es el texto que Manuel Martínez Forega utilizó para la presentación de mi libro Informativos Tele Nada en Alcañiz, el 28-11-2013.
Generosa lectura y enorme esfuerzo de Manuel, gracias


Me gustaría comenzar citando a Yosihiro Francis Fukuyama, que en El fin de la historia y el último hombre trata, entre otras cosas, de convencernos de que el modelo capitalista neoliberal es el único posible tras el fracaso de las utopías marxistas. Da la casualidad de que este libro aparece publicado en 1989, precisamente el mismo año en que se derriba (9 de noviembre) el muro de Berlín. El dato es -me parece- con suficiencia importante porque ese ensayo del analista estadounidense ha afectado no sólo a las posturas ideológicas, sino a buena parte de la estética y del modo de vida de las sociedades occidentales basadas en el modelo parlamentario y adheridas sin cuestionamiento a la economía de mercado, a la economía de consumo. Esto lo sabemos y lo constatamos cuando hacemos un ejercicio reflexivo; sin embargo, quizá no somos del todo conscientes de que cada día que salimos a la calle y nos dirigimos al trabajo, a la compra, a dar un paseo, al parque con los niños… lo hacemos envueltos en ese modelo y empujados por esa concepción de una sociedad cuyos fundamentos son, pues, al decir de Fukuyama, los “únicos posibles”. El icono de esta convicción nueva es el muro de Berlín: su caída, puesto que con él caían también los últimos bastiones del “Telón de acero” en Europa.
El capitalismo liberal se quedaba entonces sin enemigos ideológicos que combatir. El poder disuasorio que la antigua URSS y sus adláteres ejercían sobre el capitalismo empezaba a derrumbarse, lo que, sobre todo, propiciaba la apertura de mercados nuevos para su apetito depredador global.
Pero toda esa estrategia expansiva del modelo económico liberal no se produce por arte de birlibirloque, sino que precisa de un soporte, y ese soporte es la información. Una información al servicio, naturalmente, de la expansión del capital y de sus incontestables bondades. Y no sólo de esa expansión nueva, sino al servicio también de la consolidación de los sistemas ya establecidos frente a la descapitalización y el empobrecimiento de las tres cuartas partes del resto del mundo. Esa información, por lo tanto, ha de sujetarse a la coyuntura política, a la circunstancia social, a la oportunidad ideológica, factores, todos ellos, que debilitan la ética no sólo del medio emisor, sino también del protagonista emisor. La primera prueba de esta situación nos la muestra Pablo Lorente en “La mentira”. Leo:
¿Por qué otra vez esta noticia?
La hija del sinsentido me arrasa,
en mis pulsaciones algo de nervios,
que van a la boca y las palabras se me caen.
Y los dientes se sueldan,
las encías sangran, otra vez,
por esta maldita mentira
que debo nombrar,
con mi voz neutra, con mi cara neutra
con mis ojos apagados
como si nada pasara.
Este emisor es a veces cómplice del medio (recordemos a Alfredo Urdaci, por ejemplo), pero lo que Pablo Lorente nos muestra en su poema es precisamente la tensión dramática del emisor disconforme obligado por las circunstancias, probablemente laborales, a condescender con un ejercicio contrario a sus propias convicciones.
La práctica política del capitalismo liberal consiste, entre otras cosas, en convencernos de que la sociedad en la que vivimos es la mejor, que sus ventajas están por encima de toda circunstancia personal; es el sentido social de un hipotético bienestar el que justifica cualquier medida que agreda al individuo. Debemos aceptar ese sacrificio en favor de un bien común que dista mucho de serlo. Semejante estado de cosas es plenamente actual, lo estamos viviendo y sufriendo en nuestras propias carnes. Pues bien, es éste otro de los asuntos que Pablo Lorente aborda en susInformativos Tele nada. Lo hace en los poemas “Nuevo apocalipsis” y “Titulares”. Leo en “Titulares”:
Hartos de que la bolsa se desplome y la de la compra
suba y suba hasta casi no poder alcanzarla,
y los recortes se recorten y las becas se acaben
en una primavera árabe, madrileña, brasileña
o de cualquier otro punto del mundo, unidos todos ellos
por el Google espiado, por el Facebook espiado
por espías que luego se arrepienten de sí mismos.
La democracia mancillada una y otra vez mientras
se nos intenta convencer e intentamos convencer
a otros muchos países de que es lo mejor, o lo menos malo.
Algunas inundaciones en un verano invernal que nos salva
del desierto porque “Winter is coming”, porque el invierno
siempre está viniendo, como el rescate a la banca,
o a todo un país con una cuerda convertida en soga.
Estructurado como un diario de noticias audiovisual, Informativos Tele Nada emprende la tarea crítica de mostrarnos el azogue de su espejo. Tomemos cualquier formato de los existentes en las diferentes cadenas televisivas: todos, con muy pocas variantes, están sujetos a la misma disposición de sus secciones temáticas, Pablo va también desarrollándolas de acuerdo con ese modelo estándar, pero los contenidos ya no son los que la sonrisa o gravedad impostadas de los presentadores van desmenuzando; antes al contrario, se desplazan -no puede ser de otro modo, claro- hacia la visión subjetiva y censora del poeta. En este sentido, la posición que determina su carácter literario es precisamente la adquisición del compromiso humano trasladado a una expresión ya artística.
Lo que Pablo nos está proponiendo es tomar conciencia de la perversidad que encierra el lenguaje de la identidad absoluta y la estandarización sin cambios elaborado por las grandes corporaciones políticas y económicas, cuyas mejores ilustraciones del concepto de innovación son el neologismo y el logo y sus equivalentes en el ámbito del espacio edificado, la cultura corporativa del “estilo de vida” y la programación psíquica. La persistencia de lo Mismo (lo hemos leído en “La mentira”) a través de la Diferencia absoluta –la misma calle con diferentes edificios, la misma cultura a través de sinnúmeros maquillajes o líftines- desacredita cualquier cambio, dado que en lo sucesivo la única transformación radical imaginable consistiría en poner fin al cambio mismo.
Pero ya sean unos intereses u otros los que hayan de prevalecer transitoriamente, lo que caracteriza además a las democracias parlamentarias es un pacto por el cual el modelo económico no se modifica. Los cambios introducidos por los diferentes administradores de la cosa pública afecta tan sólo a matices superficiales, pero jamás entrañan un cambio en la profundidad. Del mismo modo, ese pacto alcanza al modelo de información, al modelo de comunicación residente en los consejos políticos coyunturales afectos a la información pública. De tal modo esto es así que la independencia de los media escritos o audiovisuales es al fin una auténtica falacia en tanto que unos y otros así declarados se alinean, a la postre, con una u otra coyuntura ideológica.
Esto puede observarse actualmente en la política española, o en la británica, o en cualquier otra que podamos espigar de entre los países regidos por un sistema parlamentario: cambian los gobiernos, sí; pero no se modifica el modelo socieconómico. Si, por razones urgentes, las insurgencias de los movimientos populares creativos, capaces, osados en su objetivo de acceder al poder, lo hacen (Venezuela, Ecuador y Bolivia son buenos ejemplos), son tachados por la prensa occidental de “populistas”, introduciendo en este calificativo una carga decidida y conscientemente despectiva. O de grupos “antisistema” atribuido a los movimientos del 15-M en España, como si ese término -antisistema- fuera verdaderamente lo peor que se puede ser en el mundo. Si en el plano ideológico se persigue la criminalización de todo lo opuesto al modelo vigente, en el de la información encontramos que el objetivo es el escapismo o la sobreinformación de determinadas áreas de contenidos, como los deportes y el mundo rosa, bien ejemplificados por Pablo en “Los nuevos dioses” y en “Mi infancia son recuerdos…”, respectivamente.
“La mujer que habla”, poema portical de este Tele Nada, no sólo prefigura la incómoda asepsia que encarna esa locutora frente a la pantalla, sino que puede perfectamente erigirse en una alegoría de la indiferencia. Indiferencia de quien con talante profesional prescinde absolutamente de la carga moral,  de la degradación humana, de la emoción, de la conmoción, de la eficacia o del desinterés que guardan y transmiten los contenidos de las noticias que va desgranando dictadas por un redactor ideológicamente instruido. Esa indiferencia es compartida mayoritariamente por el receptor de ese mensaje en su casa, como atestigua y denuncia agriamente el poema “Alguna guerra en algún sitio”:
Y tú que te piensas y te crees mejor que ellos,
sentado en un cómodo sofá con la nevera a rebosar
de mentiras que te llegan con un mando a distancia
que te da un cierto poder, el mandar en algo.
Pero en ese resquicio de poder una advertencia
mira tu alrededor, lee estos informativos y date cuenta
de que no tienes ni idea de nada,
de que no has entendido nada
porque ese poder es como todos,
terrenal y pasajero, el reloj sigue contando
y tarde o temprano te los encontrarás,
todas esas caras de los informativos
te estarán esperando, tarde o temprano.
Esa estrategia escapista se cifra en la omisión de determinadas informaciones, de modo que lo que se omite llega a alcanzar igual o mayor gravedad, igual o mayor trascendencia que lo que se cita e influye decisivamente en la conciencia del receptor en cuanto es destinatario abstracto de una parcela de la realidad cuya fisonomía perfila sólo el emisor. Pablo incluye en este libro un estupendo poema que da pábulo a un comentario sobre el que podríamos extendernos. No lo haré, aunque sí nos vendrá bien recordar, al hilo de “Encender la luz” (poema que refiere la reciente catástrofe nuclear de Fukushima), el accidente de la central nuclear de Three Mile Island, cerca de Harrisburg en Estados Unidos. “Encender la luz” es el testimonio de la gran catástrofe japonesa actualizada en el poema. Y decía que lo que se omite es tan serio o más que lo que se cita porque a la explosión de la planta nuclear de Three Mile Island (¿lo recordáis? Fue en 1979), como a la de Fukushima se les dio un tratamiento informativo muy distinto. En el primer caso, para salvaguardar el prestigio tecnológico de EE.UU y, en el segundo, para poner el acento en la gran capacidad técnica de Japón para resolver problema tan grave. Sin embargo, lo que queda en nuestra conciencia es la catástrofe de Chernóbil en 1986, que, con serlo, no lo fue más que la de Harrisburg y la de Fukushima. Sin embargo, aquel fue un accidente cuya información detallada persiguió desprestigiar al “enemigo” comunista, incapaz, además de controlar sus consecuencias.
En nuestro ámbito doméstico, la estrategia escapista de la información es bien evidente en la actitud cutre de los media de nuestro país, cuyas informaciones sólo se sustentan en la tensión política y social de la bipolaridad Madrid-Barcelona. En el resto del territorio peninsular nunca sucede nada o casi nada: no hay hospitales donde se investiga sobre la hepatitis; no existen los problemas políticos; no hay colegios con sistemas pedagógicos innovadores; no llueve lo suficiente; no hay pistas de esquí; no tienen escritores, ni arquitectos; no se inventa; no existen músicos, ni pintores… Por no haber, no hay ni siquiera equipos de fútbol.  Todo esto sólo existe, pasa o lo tienen en Madrid o en Barcelona.
Pero a lo que íbamos (como le gustaba repetir a Ortega y también a Gasset). Desde Ciudadano Kane (1941), sabemos que el verdadero poder se encuentra en la información. Capitalizar la información es la verdadera arma, la realmente capacitada para detentarlo. Con razón, pues, se ha llamado a los mass media el “cuarto poder”. Éste es, por lo tanto, el objeto de la crítica de Pablo, tanto en su forma como en su contenido. El porqué de los fenómenos que vengo citando está descrito a lo largo de Informativos Tele nada: el despliegue de la teoría del “fin de la historia” es político en la medida en que pretende señalar o registrar la profunda complicidad de las instituciones y cánones culturales, el sistema docente, como Pablo sugiere en “El aula sin muros”; también el discente y en su concluyente capitulación como atestigua el poema “Botellón”; la profunda complicidad -decía- del lapidario “fin de la historia” con el prestigio otorgado al lenguaje político y su ampulosa y huera retórica, con, por ejemplo, la Guerra de Vietnam (hoy podríamos trasponerla a la de Irak, a la de Afganistán o a cualquier otra) y otras intervenciones más leoninas y subterráneas como una defensa de los valores occidentales. El recordatorio político (pues al fin y al cabo la postura de Pablo Lorente en este libro no deja de ser política en su sentido histórico, que no en el que pudiéramos otorgarle ahora mismo) es al menos útil en la medida en que identifica una procedencia notoriamente conservadora del axioma “fin de la historia”, que pretende transmitir la convicción de que nada puede ser ya mejor que lo que el capitalismo ha conseguido y, por consiguiente, hay que dejar las cosas como están. Pero dejar las cosas como están significa, por ejemplo, admitir la existencia de la pena de muerte (Pablo Lorente lo denunciara en el poema “Borges”); dejar las cosas como están significa seguir formando parte del falso oropel económico europeo, destino de miles de desahuciados procedentes de otras latitudes (Pablo Lorente lo denuncia en los poemas “Ilusión redonda” y en “Interculturalidad”); dejar las cosas como están significa asistir a las crisis cíclicas del modelo que las crea para tomar posiciones ventajosas y consolidar las existentes (Pablo Lorente lo denuncia en el poema “Nuevo apocalipsis”); dejar las cosas como están significa crear seres sociópatas abandonos a la suerte de su marginalidad (Pablo Lorente lo denuncia en el poema “Elí, Elí”). Es decir, el lenguaje político institucional, global, en el que apenas ya se advierten matices geográficos o caracterológicos, tiene la convicción absoluta de que los ciudadanos somos ya incapaces de producir representaciones estéticas de nuestra experiencia actual. Pero si era y es así, se trata entonces de una terrible acusación contra el mismo capitalismo consumidor o, como mínimo, un síntoma alarmante y patológico de una sociedad que ya no era ni es capaz de enfrentarse con el tiempo y la historia. No hablaré aquí del postmodernismo, que lo pretendió sin conseguirlo, ni del lenguaje de la literatura postmodernista, que en su propia aseveración no advirtió, como así ha sucedido, su autodescalificación.
Lo cierto es que la presentación de este libro hoy, aquí, con el contenido que vengo aduciendo, desdice la ilusa convicción de ese capitalismo -ahora ya sí- “informacional” (como lo ha definido estupendamente Manuel Castells). Sí somos capaces de producir representaciones estéticas de  nuestra experiencia actual. Estos Informativos son una prueba entre muchísimas. No es, sin embargo, sencillo encajar comprensiblemente el papel reservado al artista en sus diversas manifestaciones creativas en este contexto social, dificultad que ha definido muy bien Terry Eagleton  al afirmar que “la comprensión del presente desde adentro es la tarea más problemática que puede enfrentar la mente”. Ahora bien, si el poeta advierte que puede ser precisamente éste su empeño, ya tiene mucho avanzado en su propia definición de “agente productor de cultura”, como habría dicho Walter Benjamín. Y es labor del poeta enfrentar su posición a la del contexto dado, oponerse a las corrientes naturales definidas por las nomenclaturas de la “cultura institucionalizada”, atisbar más bien su curso para ensayar desviarlo, desbordarlo, embalsarlo… Y no es, por cierto, tarea fácil. Una de sus armas ha de ser el lenguaje y, en este sentido, se produce la paradoja de imponerse como objetivo desnaturalizar el lenguaje actual para naturalizarlo. Hablo de un lenguaje que hinca sus raíces en el lenguaje mismo, pero que ha ido extendiéndolas hasta otras manifestaciones expresivas polimórficas en las que tienen cabida, naturalmente, los modos de pensar y de vivir, los estilos de vida, los hábitos impuestos, la calificación política del bien y del mal (o de lo bueno y lo malo, que no es exactamente lo mismo); la compra-venta de los deseos, de los anhelos, de las aspiraciones objetuales, los términos de la posesión como garantía de vida, etc., etc.; es decir, todo aquello que afecta a todos por igual y tanto a nuestro antropomorfismo como a nuestro ontologismo; o sea, tanto a nuestra consciencia como a nuestra inconsciencia.Informativos Tele nada reúne varios ejemplos de ese compromiso estético de su autor como poeta y de ese compromiso de su autor como agente productor de cultura.
Aquella sociedad surgida en algún momento posterior a la Segunda Guerra Mundial y llamada hoy postindustrial, capitalismo multinacional, sociedad de consumo, sociedad de los medios, etc., con nuevos tipos de consumo, una obsolescencia planificada, un ritmo cada vez más rápido de cambios de la moda y los estilos, la penetración inmisericorde de la publicidad, la televisión y los medios de comunicación en general a lo largo de toda la sociedad en una medida hasta ahora sin paralelo; la antigua tensión entre el campo y la ciudad hoy sustituida por el suburbio y el centro, por la capital y la provincia y la estandarización universal; el desarrollo de las grandes redes de carreteras y supercarreteras, la llegada de la cultura del automóvil (“¿Te gusta conducir?”), la proliferación y dominio de las herramientas digitales y las nuevas tecnologías… Éstos son algunos de los rasgos que han ido conformando nuevos lenguajes perfectamente distinguibles, pero que actúan como solapas de la diferenciación y que marcan una ruptura radical con la sociedad de la preguerra en que el Modernismo avanzado todavía era una fuerza subterránea igualmente reconocible.
Esos elementos conformadores y a la vez deformadores de la sociedad de mercado son abordados por Pablo Lorente en su doble vertiente formal y ontológica; es decir, en la crítica a la forma, como ocurre con el poema “Publicidad” y en la expresión neta del vacío vital, del abismo existencial abierto a los pies del ser humano en cuanto es eso, humano, recogido en poemas como “Guerra doméstica” o “El sol”, por ejemplo.
En la historia del capitalismo nunca hubo otro momento en que éste disfrutara del mayor campo y margen de maniobra: todas las fuerzas amenazantes que en el pasado generaba contra sí mismo –movimientos e insurgencias obreras, partidos socialistas de masas y aun los mismos estados socialistas-; por el momento, el capitalismo global parece capaz de seguir su propia naturaleza e inclinaciones, sin las precauciones tradicionales. Nosotros mismos estamos aún en la depresión, y nadie puede decir durante cuánto tiempo vamos a permanecer en ella. Vislumbramos, en todo caso, movilizaciones incipientes que atestiguan ese resurgimiento y que actúan al margen de las corporaciones sindicales y políticas. Muy recientemente, ha sido posible asistir a acontecimientos de estas características en España a través de las concentraciones enraizadamente reivindicativas en torno a la denuncia del precio de la vivienda y la imposibilidad de acceso con dignidad a un hábitat urbano básico, denuncia de la especulación e implicación de las Instituciones en semejante estado de cosas. El movimiento 15-M español imitado en todo el mudo, etc. etc.
Son sólo algunos ejemplos, muy superficiales, de lo que viene organizándose desde instancias sociales críticas, comprometidas, concienciadas y, sobre todo, adeptas a un trámite que había llegado a ser casi marginal: la acción directa. La ocupación de las calles, la emblemática y la anagrafía original, creativa del propio lenguaje reivindicativo.
Me parece a mí que la propuesta de Pablo Lorente armoniza a la perfección con el atavío censor que caracteriza a esas posturas y que constituye un estupendo ejemplo de arenga, de llamada a la acción. La palabra ya ha sido dicha; en la envoltura aparentemente abúlica con que se presentaInformativos Tele nada reside el germen de la denuncia como paso previo a la acción.
Y no bastaría con citar tales manifestaciones, sino que es necesario añadir cómo progresivamente van incorporándose a su “clase” segmentos populares hasta ese momento barbiturizados por la gramática estándar de la política egotista que había deslindado al hombre del ser humano autocomplaciéndose de un desarrollo social falaz en muchísimos de sus aspectos fundamentales. En este contexto, pues, la tarea del poeta es crucial, su adhesión a una nueva conciencia de “clase” no debería ser perdida de vista y su contribución desde la modestia como productor de cultura tampoco abandonada. Decir que esta nueva (aunque antigua) actitud es plenamente “moderna” hará sin duda reír a muchos: a todos aquellos que todavía identifican ingenuamente lo “moderno” con  lo “nuevo”. Informativos Tele nada constituye la crónica de una realidad social de índole naturalista que no nos gusta, que no admitimos, que negamos por una perversidad suplantada, oculta, omitida por la información institucionalizada. Y esta información es, esencialmente, una gran mentira.
Apaga el televisor, tira el periódico e infórmate. Así se dice en las redes sociales donde esa sugerencia se difunde. Yo estoy de acuerdo y me temo que Pablo también. Por eso, comparto.
(2013)

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