jueves, 9 de marzo de 2017

DOS TEXTOS DE POEMAS EN SERIE, NUEVO LIBRO DE POESÍA DE PABLO LORENTE

Queridos amigos, para que conozcáis mejor mi nuevo libro de poesía, Poemas en serie (textos en torno a las series de televisión), cuelgo aquí dos ejemplos

Recuerdo que podéis adquirir el libro en: http://www.lafraguadeltrovador.com/

LA FICCIÓN

La ficción es una mentira que encubre una profunda verdad;
ella es la vida que no fue, la que los hombres y mujeres
de una época dada quisieron tener y no tuvieron y por eso debieron inventarla.
Vargas Llosa, M. (1997): Cartas a un joven novelista, Alfaguara, Madrid.


Todos somos estúpidos, nos creemos todo,
estamos predispuestos a creerlo todo:
la democracia, la justicia, la igualdad,
que un pedazo de papel pintado valga
tantos euros como para depender de él;
la inmortalidad del cuerpo, el peso del alma,
la razón de la ley en su ceguera de injusticia,
la infalibilidad de los médicos, la eterna juventud,
la libertad, el libre albedrío, la ficción.


La ficción: las nanas, los cuentos, las novelas,
los poemas, el teatro, el cine, los videojuegos,
las malditas series siempre nuevas y tan viejas
en sus pasiones básicas de camas y odios,
como el amor, el desamor y la pasión
del origen de los tiempos narrados.
La ficción en su sinónimo, la educación,
educar en ficciones, en palabras, gestos,
y de todo aprendemos porque somos estúpidos.


La ficción, lugar depositario de esperanza
de un mundo mejor y más perfecto,
el lugar en donde aprendemos todo:
la forma de quedar, de pedir una cita,
de organizar nuestra vida, nuestro jardín,
de movernos, de hablar por teléfono,
de teclear en pantallas de prístina perfección
en busca de vidas mejores y más lejanas;
el modo de comer, de tocar, besar, amar,
y nos lo creemos todo, porque somos estúpidos.


La ficción, espacio indeterminado y concreto
en donde buscamos un príncipe azul con gestos de villano
y alma de ángel y cuerpo perfecto de proporciones áureas.
En donde buscamos arreglar el mundo con la inmediatez
de nuestro sinsentido, desde nuestro despacho situado
en la alcoba, en la cocina, en el sofá, el sillón o el retrete.
Ese lugar en donde soñamos un mundo mejor de azar,
en donde anhelamos el final del mal, pero justificamos
una y otra vez un asesinato, el tráfico de drogas,
las casas de vicio, la muerte y la violencia,
y todo porque gracias a la ficción somos estúpidos.


Con la ficción deseamos una vida mejor,
codicia y avaricia de coches, casa con jardín,
el escote de una rubia infártica y los músculos heroicos.
Deseamos una guerra vencedera sin héroes
con muertos de cirugía celeste de drones.
Amamos a un mafioso tragón
y a un doctor desagradable,
a un marine terrorista
y a un profesor narcotraficante.
Adoramos a un policía corrupto,
y a un torturado agente torturador,
y despreciamos a un médico bueno
y a un profesor gris porque somos nosotros mismos.


Todos somos estúpidos, es de sobra conocido,
tan solo un poco menos que el avestruz;
en vez de esconder la cabeza, preferimos,
sin dudarlo un instante y con pasión infantil,
pulsar el play y asomarnos a la ventana de plasma
con la esperanza de vivir en otras vidas sin fin.






LA NIÑA DE LAS MIL CARAS
Pero, al final de todos los caminos aguarda el que Tiene Muchos Rostros. También a ti te aguardará algún día, no temas. No hace falta que corras a sus brazos”. G. R. Martin, El festín de los cuervos, Canción de fuego y hielo IV, Plaza&Janés

El sumo sacerdote pregunta una y otra vez quién es la niña,
y la niña falla al responder, le cuesta entender,
y más tarde, la niña no puede responder, o no sabe, o no quiere,
aprende del error y encuentra la virtud del silencio a su pesar.
En ocasiones, cuando responde con la certeza del silencio
recibe un golpe en el alma, o un pescozón en los recuerdos
de la anhelada patria perdida con recuerdos borrosos de frío,
y no sabe qué es lo más duele de entre todas las cosas
de la infancia perdida en vuelo de cuervos y aullido de lobo.


Con el paso de los días ha aprendido a no responder,
o a pensar que no responde mientras las palabras se le caen,
y se le resbalan, aunque el resultado siempre es el mismo;
un sollozo desconsolado que se extiende desde las pestañas
hasta el vientre pasando por el corazón, por las manos,
por los pies helados, por las uñas del dedo corazón marchito
que a veces late sin querer, en medio de la incógnita,
del naufragio del día a día del menesteroso pordiosero.


Con el paso de los días comienza a no saber quién es,
y ya comienza a dudar si es hija del reino del norte,
de más allá del muro, del reino de los inmortales
o de esos privilegiados vivos sin alma
que deambulan por los mares de poniente en busca de un destino
que un día negaron, borraron o anhelaron en otros tiempos,
hace ya tanto tiempo que nadie los recuerda en otras ciudades,
y han perdido sus hogares, sus familias y su lengua
de otros reinos, en desiertos o en desfiladeros helados.
Pero la niña ya no sabe nada y empieza a confundirse
consigo misma y su sombra, y ahí, sin que lo sepa,
está comenzando su victoria en el reino de los vivos.


El sumo sacerdote pregunta una y otra vez, y la niña,
como las buenas princesas de los cuentos en donde el olvido
es la herramienta mágica de desencadenante del futuro,
se aferra a la bendición de la esperanza y a los latidos
de un corazón que pide venganza, que pide sangre,
pero que pide, sobre todas las otras cosas y antes que nada,
una alcoba donde descansar, un fuego con el que calentarse,
y la caricia de un padre bondadoso de espada y cordura
que le guarda los restos de una infancia arrebatada.


La cordura se le agota a la niña, las palabras se le borran,
las respuestas se pierden y comienza, así,
a vencer en la difícil empresa de ser ella misma,
en un lugar que no es el suyo mas le pertenece,
una vez adquiridas las ventajas que da el no ser yo, ni tú,
el no ser uno mismo y serlo todo en reflejo de espejo vacío,
y ser tú, y ser yo, y ser él, y nosotros y todas las personas a la vez
en distintos tiempos y lugares y en distintos idiomas y lenguajes.
Y así, sin pretenderlo siquiera llega la libertad anhelada,
la liberación definitiva de ser una respuesta vacía y llena,

la libertad total de ser, finalmente, la niña de las mil caras.

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