«Generation Kill», la serie
Irak fue tomado en 21 días (2003) por el ejército norteamericano en lo que se supone una de las intervenciones más brillantes y eficaces de la historia militar moderna, más de una década después tenemos más información y otros datos para juzgar esta ocupación, aunque no es esto lo que nos ocupa. En esta serie, que juega con la estética del documental, acompañamos el avance de una compañía de marines de reconocimiento durante los primeros días de la invasión. Como contraposición a la ficción, para cualquier interesado por el asunto podemos citar un auténtico documental, situado en esta ocasión en Afganistán y que lleva como título Restrepo, del periodista Tim Rethrerington(fallecido en Libia en 2011). Para los curiosos, en esta notable obra fílmica se nos narra la vida de una compañía de militares estadounidenses defendiendo una «ridícula» posición en las montañas de Afganistán.
Volamos a nuestra serie. Si hacemos una breve reflexión sobre el heroísmo y la figura del héroe en las series, podemos pensar que una de las características más interesantes de nuestro tiempo es que la épica —militar en su esencia— ha muerto. Es cierto que permanece en el cine, por ejemplo, en las películas donde se presenta a «EE. UU. como gendarme del mundo» (películas al estilo Black Hawk Down donde los EE. UU. siempre son los buenos del asunto) o en series menores como Last Resort(serie, de temática bélica, que se centra la negativa de la tripulación de un submarino para lanzar un ataque nuclear).
Así pues, no encontramos héroes en estos jóvenes soldados que forman la Generation Kill (David Simon, EE. UU.,HBO, 2008), solamente personas que han sido enviadas al campo de batalla por distintas razones, personas que muestran sus desvelos, sentimientos y pensamientos en una interesante obra polifónica. Todas y cada una de las voces de los soldados que vemos en escena y, por consiguiente, sus historias, presentes, pasadas y futuras, tienen relevancia en la narración de la historia. De este modo, observamos las críticas de los propios soldados hacia la invasión, las quejas por la escasez de material para lo que se supone un cuerpo de élite, la incomprensión sobre lo que están haciendo en ese país, sus miedos, la duda a la hora de acatar ciertas órdenes, la incompetencia de ciertos oficiales, la moral de las acciones bélicas contra la población civil, la diferencia entre acción de guerra y asesinato y un largo etcétera que invita constantemente a la reflexión.
El estilo de la serie es dinámico y hay una buena cantidad de escenas de acción, si bien no es lo principal en esta producción. Hay, por otra parte, un claro intento de realismo, a ello ayuda sin duda su naturaleza pseudodocumental. Ello se traduce también, a menudo, en una tensión verbal muy cruel en ocasiones, y es que desde la película El sargento de hierro —pieza magistral entre lo bélico y lo humorístico, ganando por goleada esta última faceta— no había visto en escena un festín tal de palabras malsonantes e insultos de todo tipo, sobre todo racistas y homófobos.
El número de personajes es abundante y hay para todos los gustos, como Owain Yeaman (Rigsby en El mentalista) oRudy Reyes que se interpreta a sí mismo tras su paso por los marines… pero destacan dos personajes por su profundidad: el sargento Brad Colbert (protagonizado por Alexander Skarsgard) y el cabo Ray Person (James Ransone), y es que tienen unas intervenciones discursivas brillantes y apasionantes.
Generation Kill se cierra tras la ocupación de Bagdad y acaba de un modo brillante que no puedo desvelar. Tan sencillo como eficaz, fantástico el final de esta serie.
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