Artículo publicado en la revista es_Cultura de la Universidad San Jorge hace unas semanas
The Walking Dead»: la serie
¿Por qué un género tradicionalmente secundario (de Serie-B) atrae en la televisión a más de 15 millones de espectadores en el final de la primera parte de la quinta temporada? ¿Cómo puede ser que esta serie compita con los sagrados partidos de fútbol americano en EE.UU.?
La respuesta más sencilla y directa es que The Walking Dead (Frank Darabont, EE.UU., AMC, 2010) es una serie fabulosa, aunque probablemente no sea la mejor serie de los últimos años en términos artísticos, culturales o estéticos. Una respuesta algo más compleja es que la serie en cuestión no es de zombis, y es que en la lucha por la supervivencia se plantean temas válidos también para un mundo «civilizado y ordenado» como el nuestro, y eso nos encanta y apasiona.
La primera temporada no pasa de ser entretenida, personajes luchando contra los zombis y sobreviviendo como pueden, poco más. Además, en los primeros capítulos podemos detectar un serio problema de verosimilitud, es decir, en muchos casos no se dan las condiciones para creer lo que se cuenta, problema que se soluciona con creces en las siguientes temporadas hasta el punto de que esta traba llega a desaparecer.
En cierto modo, la segunda temporada es algo más razonable en este sentido y algo menos espectacular también. El motor de la serie es el camino, o lo que Bajtin llama el cronotopo del camino, esto es, a los personajes les van ocurriendo cosas, sobre todo nuevos encuentros con los mismos peligros, a medida que se mueven y recorren un espacio geográfico. Los supervivientes buscan la paz en un lugar, y en esta temporada parecen encontrarla en una granja. Sin embargo, en este nuevo mundo, la paz será imposible.
La tercera y cuarta temporada transcurren en una prisión que logran «pacificar», en una ciudad dirigida por un loco megalómano y en torno a la esperanza. El público está ganado con creces porque la historia, los problemas añadidos a la supervivencia y la fuerza de los personajes funcionan.
El personaje principal, el gran superviviente, Rick Grimes (Andrew Lincoln), es todo un héroe moderno. El héroe es un policía —no podía ser fontanero— herido en acto de servicio que se despierta en el hospital donde había quedado en coma. Está completamente solo, tras la puerta, un ataque zombi. Decía antes que los primeros capítulos son inverosímiles, de tal modo que el buen herido se levanta de la cama más sano que una manzana y, ni corto ni perezoso, sale del hospital para toparse con un mar de muertos andantes. Poco después llega tranquilamente a su casa. Allí se encuentra con un padre y su hijo que lo salvan de ser el almuerzo de uno de esos caminantes, lo curan y le dan las instrucciones básicas para sobrevivir en un mundo apocalíptico dominado por una especie cuyo máximo deseo es alimentarse de carne, a poder ser humana.
La escena de los supervivientes en soledad es muy similar a la de películas ya clásicas de desastres de este tipo como Soy leyenda o la saga de 28 días. Rick, el héroe, decide buscar a su familia. Esta pareja con la que se ha topado le comenta que en Atlanta hay un campamento de humanos, así que, tras despedirse de sus nuevos amigos, lo cual en sí es un hecho absurdo, llega a la ciudad. Y en efecto, allí encuentra a un grupo de humanos que viven como pueden, defendiéndose de estos zombis con una torpeza y una improvisación alarmante. Será en esta ciudad donde la serie nos dé una de las escenas más espectaculares de la producción, la del tanque.
En términos literarios, la serie funciona igual que la novela bizantina de los Siglos de Oro, o lo que es lo mismo, como una sarta de aventuras donde lo creíble queda en segundo plano. En la primera temporada, el héroe de carne y hueso va a Atlanta y a la primera de cambio encuentra a su mujer y a su hijo, ahí es nada. Y es que el héroe de verdad necesita a su familia al lado, mecanismo esencial del patetismo. De este modo, se consigue que nos identifiquemos con el héroe al estar humanizado, ya ocurría en El cantar de Mio Cid hace 900 años tampoco nos vamos a alarmar.
La serie aporta enormes momentos de acción y tensión narrativa perfectamente dosificada, puesto que los ataques zombis o humanos, el otro gran peligro de nuestros supervivientes están perfectamente dosificados.
En estas últimas temporadas entra de lleno otra nueva trama que gana en valor a la amenaza zombi. Y es que los humanos de otros grupos a los que nos vamos encontrando son tanto o más peligrosos como los «caminantes». Será esta la piedra angular sobre la que se construye un nuevo mundo, con esta nueva amenaza incomprensible a veces, lo que supone una reflexión profunda sobre la naturaleza del ser humano y sobre la identidad de los personajes que llevamos muchas horas acompañando y que van tomando matices identitarios complejísimos y, de esta manera, muy atractivos.
Así pues, independientemente de que los personajes estén sujetos a problemas de supervivencia o tensiones de todo tipo no es eso lo esencial en esta producción, sino el conflicto in crescendo por su naturaleza humana en un mundo por construir y salvar en medio de la desesperanza. Una tarea titánica, tanto como el disfrute que nos proporcionan todos y cada uno de los capítulos de esta producción.
Por Pablo Lorente
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