viernes, 23 de septiembre de 2022

HOMENAJE A JAVIER MARÍAS

 


Homenaje a Javier Marías, nuevo concurso de Zenda






JAVIER MARÍAS: UNO DE MIS MUERTOS

 

En ocasiones los muertos nos corresponden, en otras los elegimos. Por fortuna, en mi historia personal apenas hay ningún muerto, y los pocos que tengo en mi haber corresponden a la idiosincrasia de la vida, al paso natural del tiempo, mis abuelos y los hermanos de mis abuelos. De momento mis padres parecen gozar de buena salud, mi mujer parece vencer sin problemas el asedio de los achaques, y mi hijo desafía el orden de las cosas con una mutación constante y virtuosa, obstinado en convertirse en un ser humano pensante. Estos serían los vivos y los muertos que me corresponden, los que me han tocado en suerte en la vida familiar.

Luego, como los amores o las amistades, están los vivos y los muertos que elegimos por razones incognoscibles y mistéricas, y Javier Marías, sin lugar a dudas, es uno de mis muertos. Los elegidos son pocos y ahora no necesitan espacio en estas líneas. A veces los sientes de forma patética, una muerte que te conmueve sin razón aparente y, como si fuera una obra de teatro, todo se convierte en catarsis, pero no, la elección de Javier Marías no es de este tipo, hay una razón más profunda.

La persona que era yo, y que se parecía a quien soy ahora, con veinticinco años menos, rebuscaba en la inusualmente bien surtida biblioteca de mi instituto con fervor religioso, como si cumpliera una misión que nadie me hubiera asignado, impelido por una necesidad pertinaz que debió de nacer en algún momento imposible de identificar. No se debe descartar una canción de nana en lengua materna, ni los cuentos infantiles, ni las historias de los abuelos de la noche de los tiempos, ni las canciones escolares, ni los poemas aprehendidos y aparentemente olvidados, todo ello queda ahí, encerrado en las nieblas infantiles, pero luego llega la conciencia, y ahí estaba, despertándola Javier y Arturo, Arturo Pérez Reverte y Javier Marías, ese dúo infatigable que escribía en la revista El Semanal que llegaba a casa casi por arte de magia con el periódico Heraldo de Aragón. Y ahí estaba ese aroma a domingo, a misa de 12 y visita a la papelería del barrio para llevar a casa la magia de las palabras, y abrir la revista y empaparme de nombres, de situaciones, de historias.

Soy incapaz de recordar por qué empecé a leer esos artículos, pero sé que lo hacía con enorme ilusión, con el deseo de aprender, de formar parte de un mundo posible que, sin yo saberlo, se estaba fraguando dentro de mí gracias al tándem que los dos escritores forman, y no puedo usar el pasado, por mucho que Marías haya partido, porque el presente, dentro de mí, lo será siempre.

Tampoco puedo recordar cuál fue la primera novela de Marías a la que me enfrenté, no descarto que accediera a ella en la biblioteca del instituto, antes de que me abroncaran por pedir tantos libros. Sí que recuerdo, sin embargo, que el joven que fui hace muchos años pasó varios días en casa de mi tío de Barcelona leyendo una obra de Marías en vez de ir a la playa con mis padres.

Recuerdo, eso sí, leer Los enamoramientos en una playa de Canarias, cuando tampoco la playa era un buen plan, pero uno no puede escapar de supuestas obligaciones de adulto. La sensación con la prosa de Javier Marías siempre es la misma, es como contemplar una gran montaña, uno, si está en sus cabales, se sentirá pequeño, insignificante, nimio; la prosa de Javier Marías ordena el mundo y me hace sentir como si contemplara en cada palabra una fastuosa obra de arte constante; cada frase es un recordatorio de la muerte, un aviso de lo que queda por aprender para, con toda certeza, no poder juntar palabras ni con la mitad de virtud que el genio Marías.

Pasé un tiempo con Berta Isla, fascinado, de nuevo, con la belleza inusitada de las palabras y con el dolor de la esposa del espía en una novela de espías en donde lo que se escudriña, realmente, es nuestro propio ser. También, claro, con Tomas Nevinson, aquí mismo, en el instituto donde trabajo intentando que mis alumnos aprendan palabras y que intenten leer el mundo para desconfiar de sí mismos. Una compañera del Departamento esperaba pacientemente a que finalizara el libro mientras me decía que se me notaba emocionado con su lectura.

Mientras tanto ha habido, lo sé sin recordar, otras obras y muchos otros artículos, algunos de ellos han sido exámenes para mis alumnos que parten a la universidad a buscar su sitio en el mundo; otros, simplemente, forman parte de mí, como la forma Javier Marías, o al menos su obra, si es que podemos distinguir al humano de sus palabras impresas.

El día que Javier Marías se fue, yo estaba intentando subir el pico Arriel en el Pirineo aragonés, un domingo de septiembre de 2022, así que no me enteré hasta el día siguiente, poco antes de entrar al instituto donde trabajo como profesor de Lengua castellana y Literatura. La conmoción fue inmediata por la certeza de que alguien que formaba parte de mi vida se iba para siempre, sin que pudiera darle las gracias por todo lo que ha hecho por mí sin siquiera saberlo.

Cuando entré al centro me fui a la biblioteca a buscar un ejemplar de alguna de sus obras, no encontré ninguna por esa mala costumbre mía de llevar libros a clase para los alumnos con la esperanza peregrina de que pronto los leerán y devolverán. No había ninguna de sus obras y, de repente, me pareció que no podía haber un mejor homenaje, al fin y al cabo, sería poco probable que yo fuera quien soy sin él y sin sus palabras, y era de justicia poética que sus palabras estuvieran viajando sin fin.

Por todo ello, sin duda alguna, Javier Marías es, y será siempre, uno de mis muertos.

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...