Pablo Lorente |
El desgraciado léxico
Les podrá parecer un poco extraño, pero reconozco que me produce un cierto placer encontrar palabras que no entiendo. Hace unos meses disfruté mucho leyendo una obrita divulgativa sobre física de la que apenas entendí nada, el vocabulario especializado es una parte, claro, el diccionario lo aclara más o menos y se puede avanzar, el esfuerzo abstracto para mi mente letrada y algo obtusa es otro cantar. Un placer en cualquier caso.
Hoy, leyendo varios ensayos sobre política de Hannah Arendt me he encontrado con esta cuestión:
“¿Existe algo, no en el espacio exterior sino en el mundo y en los asuntos de los hombres sobre la tierra, que ni siquiera haya tenido un nombre?” La respuesta es evidente, aunque compleja, y es que no puede haber un pensamiento sin la palabra que lo nombra y lo construye. Así que, partiendo del hecho de que algo real o ficticio no puede existir sin una palabra que lo denomine, llama la atención el hecho de que, en realidad, conocemos muy pocas palabras. Según algunos estudios, de las más de 90.000 palabras que existen en español, un hablante medio usa unas 750 (7,5%) mientras que los más jóvenes utilizarían algo más de 240 (3%).
La experiencia me dice que los más jóvenes, en el momento de encontrar vocabulario nuevo, tienden a pensar que son palabras que no se usan, no existen o son ajenas a su mundo. Podemos aceptar que el chavalerío tiene mejores cosas de qué ocuparse que conocer el significado de la palabra mitones, epifenómeno, abstruso, parusía, desdoro o derrelicto, así por citar unas cuantas palabras “cultas” o extrañas”, no hay problema; pero es, cuando menos llamativo, que en un momento en el que el acceso a la información —que no al conocimiento, eso es otra historia—es fácil o muy fácil gracias a las nuevas tecnologías, la búsqueda, la curiosidad por el aprendizaje nos parezca cada vez más impertinente.
Es llamativo también que, aunque los dichosos teléfonos inteligentes, tabletas y ordenadores de todo tipo nos corrijan constantemente, sigamos viendo y cometiendo faltas de ortografía bastante vistosas. El problema no es tecnológico, ya que los correctores funcionan bastante bien, el problema es valorar la importancia de las palabras, el orden y el concierto, también, y es lo más importante, la curiosidad como uno de los motores de la evolución humana.
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