TREME (David Simon, EE.UU., HBO, 2010)
Treme es fascinante
por muchas razones, la más superficial y más evidente es la música que envuelve
toda la producción, hasta tal punto que cabría preguntarse si el personaje
principal de esta serie producida por David Simon es la música, papel que
asumiría junto con la ciudad de Nueva Orleans. En la primera temporada hay
música en cada una de las escenas que podemos ver: música en directo, música en
la radio, música en un coche, música de fondo… lo cual nos llevaría a plantear
la cuestión de si se podría considerar una serie musical, si bien con ese
ingrediente plenamente integrado en la producción. Algo similar se ha intentado
con Nashville, si bien no se ha
llegado a la misma intensidad.
Y mientras la música suena una buena cantidad de personajes sigue
adelante porque el escenario sobre el que se desarrollan las vivencias de estos
seres, a cual más auténtico y cercano, es la Nueva Orleans tras el huracán
Katrina, que asoló la zona en el año 2005. Tema que se aborda en la cabecera de
la serie pero que no es directamente tratado en la pantalla, ni tan siquiera a
modo de flash backs, recurso que se
hubiera podido emplear en múltiples ocasiones. Sin embargo, antes que en el
recuerdo morboso de una tragedia de magnitud bíblica, la serie se centra en el
día a día de los supervivientes o, en otras ocasiones, de los desplazados que
vuelven a sus casas para no encontrar prácticamente nada.
La segunda temporada, algo más pobre que la primera, trata sobre la
inseguridad generada por el acontecimiento y que crece catorce meses después.
Se habla sobre todo de la reconstrucción en sentido estricto: cómo hacer para
que resurja cierto barrio, o quién será el alcalde más adecuado para ello, o
cuánto cuesta demoler una zona para reconstruir sobre ella, si es que eso es lo
que hay que hacer. También, y de forma casi intrínseca a la especie humana la
corrupción, obtener beneficios, el puro interés comercial. Por supuesto,
también la música.
Pero si algo es destacable de esta producción, además de su innegable valor musical y cultural, ya que asistimos a muchas de las tradiciones de la ciudad y de la zona –dan ganas de tomar un avión y asistir al carnaval— es que no ocurre nada. Las posibilidades estéticas de la nada son limitadas aunque posibles. En lo literario sería Flaubert en su novela La educación sentimental quien lo intentara con mayor éxito. Al igual que en esta novela, en la serie que nos ocupa sí ocurren cosas, por supuesto que sí, pero si algo es específico de este intento es hacer que lo secundario se convierta en primario. En la obra de Flaubert, el deseo del personaje es esencial, pero ello no significa que las cosas ocurran. En la obra de Simon, el deseo de los protagonistas es también ambicioso, y para bien o para mal salen adelante y hacen cosas, les ocurren cosas, pero en tan bajo grado para la acción a la que solemos estar acostumbrados que apenas las percibimos, la música es el eslabón necesario para que dar coherencia a esta producción. Quizá este pensamiento tiene algo que ver con la afirmación de que Simon pronunció un día aquella famosa frase de: “Que le jodan al espectador medio” (“Fuck the average viewer!”). Sin entrar en la veracidad o no de esta afirmación, sí podemos estar seguros de que algo raro pasa con las series de Simon. Treme, que verá pronto su quinta temporada, es un producto tan personal, tan íntimo, que su funcionamiento en la pequeña pantalla en términos convencionales de mayor o menor audiencia es irrelevante, su nivel estético es tan profundo que los factores puramente comerciales se convierten en secundarios.
Pero si algo es destacable de esta producción, además de su innegable valor musical y cultural, ya que asistimos a muchas de las tradiciones de la ciudad y de la zona –dan ganas de tomar un avión y asistir al carnaval— es que no ocurre nada. Las posibilidades estéticas de la nada son limitadas aunque posibles. En lo literario sería Flaubert en su novela La educación sentimental quien lo intentara con mayor éxito. Al igual que en esta novela, en la serie que nos ocupa sí ocurren cosas, por supuesto que sí, pero si algo es específico de este intento es hacer que lo secundario se convierta en primario. En la obra de Flaubert, el deseo del personaje es esencial, pero ello no significa que las cosas ocurran. En la obra de Simon, el deseo de los protagonistas es también ambicioso, y para bien o para mal salen adelante y hacen cosas, les ocurren cosas, pero en tan bajo grado para la acción a la que solemos estar acostumbrados que apenas las percibimos, la música es el eslabón necesario para que dar coherencia a esta producción. Quizá este pensamiento tiene algo que ver con la afirmación de que Simon pronunció un día aquella famosa frase de: “Que le jodan al espectador medio” (“Fuck the average viewer!”). Sin entrar en la veracidad o no de esta afirmación, sí podemos estar seguros de que algo raro pasa con las series de Simon. Treme, que verá pronto su quinta temporada, es un producto tan personal, tan íntimo, que su funcionamiento en la pequeña pantalla en términos convencionales de mayor o menor audiencia es irrelevante, su nivel estético es tan profundo que los factores puramente comerciales se convierten en secundarios.
Con respecto a los personajes, y quizá sea otra de las marcas de Simon,
son extremadamente humanos, normales, cotidianos, como tú y como yo, ni guapos
ni feos, ni triunfadores ni fracasados. Hay de todo, como había de todo en su
otra gran producción The Wire[1], un montón de
policías y ni un solo héroe, un montón de delincuentes, y ni un solo malo
abyecto. Algo similar ocurre en Treme,
donde lo que vemos es la vida de los personajes en esa gran colmena que es lo
que nos dibujan los personajes y que nos hace pensar en La colmena de Cela, un montón de personajes que viven o sobreviven,
y que nosotros percibimos casi accidentalmente: la cocinera Desautel en su
lucha por sacar adelante su negocio; el profesor Bernette con su ácida crítica
de la realidad de Nueva Orleans en medio de lo que parece un abandono
administrativo incomprensible; su mujer, en lucha infatigable por conocer la
verdad, incluso en los días del gran caos; el contrapunto de la policía; los
avatares de los músicos callejeros como Sonny; el infatigable y adorable músico
Antoine Batiste cuya trayectoria va de menos a más; el estoicismo del jefe
indio Lambreaux; la originalidad de DJ Davis y un largo etcétera de unos
personajes que viven en un espacio amado que sufre con ellos, un espacio que
toma vida por momentos en una grandeza hiperbólica en ocasiones, aunque no más
que su función dentro del alma de unos personajes a los que poco a poco vamos
amando, escuchando y sintiendo. Muy lentamente, es verdad, tan despacio como
dejemos que la música llegue a nosotros, tan profundamente como dejemos que
esos sones hagan movernos en el sofá, para ser, también nosotros, una pequeña
parte de Nueva Orleans.
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