El abandono del medio rural
Como muchos lectores sabrán soy profesor en un instituto de la provincia de Teruel, sí, que existe, en serio. Muchos de los alumnos matriculados en mi centro hacen un buen puñado de kilómetros (30, 50, 80 al día) para venir a clase dando unas vueltas infernales y eternas porque hay que hacer ruta por esta acumulación de pueblos, poblachos y pueblillos que llenan la zona, y no de gente precisamente.
Aragón, no nos engañemos, es la ciudad de Zaragoza, en donde vive la mitad de la población de un territorio muy extenso (la cuarta de España, ahí lo llevas), muy despoblado y con una población muy envejecida. Zaragoza, además —y tomando el monólogo de Leo Harlem sobre la capital— de ser el lugar en donde se hace el frío, es un sinsentido urbanístico de proporciones fabulosas, porque lo de ir haciendo barrios y barrios hasta el infinito y abandonando los del centro se tendrá que acabar algún día.
Lo más probable es que se acabe mucho antes con los pueblos que inundan la geografía aragonesa de viejos y tristeza. No se invierte en promover que empresas se trasladen a zonas rurales, no se invierte en mejora de vías de comunicación que facilitarían el transporte de personas y cosas, no se invierte en llevar edificios públicos e instituciones —funcionarios para los pueblos o, al menos para las gasolineras para los pueblos— a zonas rurales, que podrían funcionar igual de bien o mal por teléfono y con internet.
A lo mejor es que la tristura del invierno me ha afectado mucho, no lo descarto. Queda la literatura, estos días he publicado un relato en una revista en donde planteo la situación ficcional de que se vende la provincia de Teruel a China para que la llenen de gente. ¿Está mi cuento muy lejos de la realidad?
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