jueves, 4 de diciembre de 2014

EN LA ENFERMEDAD: ARTÍCULO DE OPINIÓN

Nuevo artículo de opinión publicado en BAJO ARAGÓN DIGITAL: http://bajoaragondigital.com/index.php?option=com_content&view=article&id=10856:pablo-lorente&catid=3:opinion&Itemid=164

Sobre la enfermedad, la esperanza y otras desgracias cotidianas.

Pablo Lorente
En la enfermedad
Lo que no dice el anuncio de la Navidad, con el bar de Antonio y sus faltas de ortografía y su patetismo sentimental, es que el día del sorteo será, otra vez, el “día de la salud”. Y no nos faltará razón, porque la tontería esa de que “qué bien se está cuando se está bien” solo nos viene a la cabeza cuando no lo estamos. Mientras tanto, vamos pasando el día a día, desgranando el paso del tiempo como si no quisiéramos verlo.
Cuando uno está ingresado en un hospital se pasa el día sufriendo por lo pasado y lo venidero. Por los familiares que están a su lado, por los amigos que nos visitan o no –en el caso de que el enfermito tenga ganas- y, sobre todo, esperando a que el médico –ese nuevo héroe de nuestro tiempo- pase por la habitación como una exhalación a traer buenas noticias.
El espacio entre una cosa y otra es vacío, desesperanza, preocupaciones, miedo y muerte, porque la gente tiene la manía de morirse constantemente. No obstante, de vez en cuando nos llevamos alguna sorpresa.
Tocan a la puerta y esta se entorna levemente. Sabemos que no son las enfermeras o cualquier otro personal del hospital puesto que entran a cualquier hora del día o de la noche a hacer los más variados menesteres.
La puerta se abre y un hombrecillo con una bata blanca entra a la habitación con una gran sonrisa dibujada en el rostro. Es muy mayor, allá por los ochenta, anda con dificultad y uno, al principio, no sabe muy bien qué va a hacer allí. En su bata hay una especie de pin que solo distingues cuando se acerca: es una pequeña cruz. Y todo toma sentido cuando se presenta como el capellán.
Te pregunta con cariño qué tal estás y (así lo sospecho) escruta si es bien recibido o no en la habitación. Al instante debe percibir algo y te pregunta cómo alguien tan joven está ahí tumbado: “con lo fuerte que pareces, y la mala leche que pareces tener, que hasta canas te han salido” (cómo no darle la razón). El hombre hace cuatro o cinco bromas más, te da una bendición y se marcha al grito de “tengo mucho tajo” hasta el día siguiente.
Se extrañó cuando le preguntamos su nombre. Ya no lo recuerdo porque, en el fondo, su nombre es el de todos los capellanes que recorren los hospitales trayendo algo de esperanza, una broma, una sonrisa.

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