Este es el texto que Manuel Martínez Forega utilizó para la presentación de mi libro Informativos Tele Nada en Alcañiz, el 28-11-2013.
Generosa lectura y enorme esfuerzo de Manuel, gracias
Me gustaría comenzar citando a
Yosihiro Francis Fukuyama, que en El fin de la historia y el último hombre trata, entre otras cosas, de
convencernos de que el modelo capitalista neoliberal es el único posible tras
el fracaso de las utopías marxistas. Da la casualidad de que este libro aparece
publicado en 1989, precisamente el mismo año en que se derriba (9 de noviembre)
el muro de Berlín. El dato es -me parece- con suficiencia importante porque ese
ensayo del analista estadounidense ha afectado no sólo a las posturas
ideológicas, sino a buena parte de la estética y del modo de vida de las
sociedades occidentales basadas en el modelo parlamentario y adheridas sin
cuestionamiento a la economía de mercado, a la economía de consumo. Esto lo
sabemos y lo constatamos cuando hacemos un ejercicio reflexivo; sin embargo,
quizá no somos del todo conscientes de que cada día que salimos a la calle y
nos dirigimos al trabajo, a la compra, a dar un paseo, al parque con los niños…
lo hacemos envueltos en ese modelo y empujados por esa concepción de una
sociedad cuyos fundamentos son, pues, al decir de Fukuyama, los “únicos
posibles”. El icono de esta convicción nueva es el muro de Berlín: su caída,
puesto que con él caían también los últimos bastiones del “Telón de acero” en
Europa.
El capitalismo liberal se quedaba entonces sin enemigos
ideológicos que combatir. El poder disuasorio que la antigua URSS y sus
adláteres ejercían sobre el capitalismo empezaba a derrumbarse, lo que, sobre
todo, propiciaba la apertura de mercados nuevos para su apetito depredador
global.
Pero toda esa estrategia expansiva del modelo económico liberal
no se produce por arte de birlibirloque, sino que precisa de un soporte, y ese
soporte es la información. Una información al servicio, naturalmente, de la
expansión del capital y de sus incontestables bondades. Y no sólo de esa
expansión nueva, sino al servicio también de la consolidación de los sistemas
ya establecidos frente a la descapitalización y el empobrecimiento de las tres
cuartas partes del resto del mundo. Esa información, por lo tanto, ha de
sujetarse a la coyuntura política, a la circunstancia social, a la oportunidad
ideológica, factores, todos ellos, que debilitan la ética no sólo del medio
emisor, sino también del protagonista emisor. La primera prueba de esta
situación nos la muestra Pablo Lorente en “La mentira”. Leo:
¿Por qué otra vez esta noticia?
La hija del sinsentido me arrasa,
en mis pulsaciones algo de nervios,
que van a la boca y las palabras se me caen.
Y los dientes se sueldan,
las encías sangran, otra vez,
por esta maldita mentira
que debo nombrar,
con mi voz neutra, con mi cara neutra
con mis ojos apagados
como si nada pasara.
Este emisor es a veces cómplice del medio (recordemos a Alfredo
Urdaci, por ejemplo), pero lo que Pablo Lorente nos muestra en su poema es precisamente
la tensión dramática del emisor disconforme obligado por las circunstancias,
probablemente laborales, a condescender con un ejercicio contrario a sus
propias convicciones.
La práctica política del
capitalismo liberal consiste, entre otras cosas, en convencernos de que la
sociedad en la que vivimos es la mejor, que sus ventajas están por encima de
toda circunstancia personal; es el sentido social de un hipotético bienestar el
que justifica cualquier medida que agreda al individuo. Debemos aceptar ese
sacrificio en favor de un bien común que dista mucho de serlo. Semejante estado
de cosas es plenamente actual, lo estamos viviendo y sufriendo en nuestras
propias carnes. Pues bien, es éste otro de los asuntos que Pablo Lorente aborda
en susInformativos Tele nada. Lo hace en los poemas “Nuevo
apocalipsis” y “Titulares”. Leo en “Titulares”:
Hartos de que la bolsa se desplome y la de la compra
suba y suba hasta casi no poder alcanzarla,
y los recortes se recorten y las becas se acaben
en una primavera árabe, madrileña, brasileña
o de cualquier otro punto del mundo, unidos todos ellos
por el Google espiado, por el Facebook espiado
por espías que luego se arrepienten de sí mismos.
La democracia mancillada una y otra vez mientras
se nos intenta convencer e intentamos convencer
a otros muchos países de que es lo mejor, o lo menos malo.
Algunas inundaciones en un verano invernal que nos salva
del desierto porque “Winter is coming”, porque el invierno
siempre está viniendo, como el rescate a la banca,
o a todo un país con una cuerda convertida en soga.
Estructurado como un
diario de noticias audiovisual, Informativos Tele Nada emprende la tarea crítica de
mostrarnos el azogue de su espejo. Tomemos cualquier formato de los existentes
en las diferentes cadenas televisivas: todos, con muy pocas variantes, están
sujetos a la misma disposición de sus secciones temáticas, Pablo va también
desarrollándolas de acuerdo con ese modelo estándar, pero los contenidos ya no
son los que la sonrisa o gravedad impostadas de los presentadores van
desmenuzando; antes al contrario, se desplazan -no puede ser de otro modo,
claro- hacia la visión subjetiva y censora del poeta. En este sentido, la
posición que determina su carácter literario es precisamente la adquisición del
compromiso humano trasladado a una expresión ya artística.
Lo que Pablo nos está proponiendo es tomar conciencia de la
perversidad que encierra el lenguaje de la identidad absoluta y la
estandarización sin cambios elaborado por las grandes corporaciones políticas y
económicas, cuyas mejores ilustraciones del concepto de innovación son el
neologismo y el logo y sus equivalentes en el ámbito del espacio edificado, la
cultura corporativa del “estilo de vida” y la programación psíquica. La
persistencia de lo Mismo (lo hemos leído en “La mentira”) a través de la
Diferencia absoluta –la misma calle con diferentes edificios, la misma cultura
a través de sinnúmeros maquillajes o líftines- desacredita cualquier cambio,
dado que en lo sucesivo la única transformación radical imaginable consistiría
en poner fin al cambio mismo.
Pero ya sean unos
intereses u otros los que hayan de prevalecer transitoriamente, lo que
caracteriza además a las democracias parlamentarias es un pacto por el cual el
modelo económico no se modifica. Los cambios introducidos por los diferentes
administradores de la cosa pública afecta tan sólo a matices superficiales,
pero jamás entrañan un cambio en la profundidad. Del mismo modo, ese pacto
alcanza al modelo de información, al modelo de comunicación residente en los
consejos políticos coyunturales afectos a la información pública. De tal modo
esto es así que la independencia de los media escritos
o audiovisuales es al fin una auténtica falacia en tanto que unos y otros así
declarados se alinean, a la postre, con una u otra coyuntura ideológica.
Esto puede observarse actualmente en la política española, o en
la británica, o en cualquier otra que podamos espigar de entre los países
regidos por un sistema parlamentario: cambian los gobiernos, sí; pero no se
modifica el modelo socieconómico. Si, por razones urgentes, las insurgencias de
los movimientos populares creativos, capaces, osados en su objetivo de acceder
al poder, lo hacen (Venezuela, Ecuador y Bolivia son buenos ejemplos), son
tachados por la prensa occidental de “populistas”, introduciendo en este
calificativo una carga decidida y conscientemente despectiva. O de grupos
“antisistema” atribuido a los movimientos del 15-M en España, como si ese
término -antisistema- fuera verdaderamente lo peor que se puede ser en el
mundo. Si en el plano ideológico se persigue la criminalización de todo lo
opuesto al modelo vigente, en el de la información encontramos que el objetivo
es el escapismo o la sobreinformación de determinadas áreas de contenidos, como
los deportes y el mundo rosa, bien ejemplificados por Pablo en “Los nuevos
dioses” y en “Mi infancia son recuerdos…”, respectivamente.
“La mujer que habla”,
poema portical de este Tele Nada, no sólo prefigura la incómoda asepsia que
encarna esa locutora frente a la pantalla, sino que puede perfectamente
erigirse en una alegoría de la indiferencia. Indiferencia de quien con talante
profesional prescinde absolutamente de la carga moral, de la degradación
humana, de la emoción, de la conmoción, de la eficacia o del desinterés que
guardan y transmiten los contenidos de las noticias que va desgranando dictadas
por un redactor ideológicamente instruido. Esa indiferencia es compartida
mayoritariamente por el receptor de ese mensaje en su casa, como atestigua y denuncia
agriamente el poema “Alguna guerra en algún sitio”:
Y tú que te piensas y te crees mejor que ellos,
sentado en un cómodo sofá con la nevera a rebosar
de mentiras que te llegan con un mando a distancia
que te da un cierto poder, el mandar en algo.
Pero en ese resquicio de poder una advertencia
mira tu alrededor, lee estos informativos y date cuenta
de que no tienes ni idea de nada,
de que no has entendido nada
porque ese poder es como todos,
terrenal y pasajero, el reloj sigue contando
y tarde o temprano te los encontrarás,
todas esas caras de los informativos
te estarán esperando, tarde o temprano.
Esa estrategia escapista se cifra en la omisión de determinadas
informaciones, de modo que lo que se omite llega a alcanzar igual o mayor
gravedad, igual o mayor trascendencia que lo que se cita e influye
decisivamente en la conciencia del receptor en cuanto es destinatario abstracto
de una parcela de la realidad cuya fisonomía perfila sólo el emisor. Pablo
incluye en este libro un estupendo poema que da pábulo a un comentario sobre el
que podríamos extendernos. No lo haré, aunque sí nos vendrá bien recordar, al
hilo de “Encender la luz” (poema que refiere la reciente catástrofe nuclear de
Fukushima), el accidente de la central nuclear de Three Mile Island, cerca de
Harrisburg en Estados Unidos. “Encender la luz” es el testimonio de la gran
catástrofe japonesa actualizada en el poema. Y decía que lo que se omite es tan
serio o más que lo que se cita porque a la explosión de la planta nuclear de
Three Mile Island (¿lo recordáis? Fue en 1979), como a la de Fukushima se les
dio un tratamiento informativo muy distinto. En el primer caso, para
salvaguardar el prestigio tecnológico de EE.UU y, en el segundo, para poner el
acento en la gran capacidad técnica de Japón para resolver problema tan grave.
Sin embargo, lo que queda en nuestra conciencia es la catástrofe de Chernóbil
en 1986, que, con serlo, no lo fue más que la de Harrisburg y la de Fukushima.
Sin embargo, aquel fue un accidente cuya información detallada persiguió
desprestigiar al “enemigo” comunista, incapaz, además de controlar sus
consecuencias.
En nuestro ámbito
doméstico, la estrategia escapista de la información es bien evidente en la
actitud cutre de los media de
nuestro país, cuyas informaciones sólo se sustentan en la tensión política y
social de la bipolaridad Madrid-Barcelona. En el resto del territorio
peninsular nunca sucede nada o casi nada: no hay hospitales donde se investiga
sobre la hepatitis; no existen los problemas políticos; no hay colegios con
sistemas pedagógicos innovadores; no llueve lo suficiente; no hay pistas de
esquí; no tienen escritores, ni arquitectos; no se inventa; no existen músicos,
ni pintores… Por no haber, no hay ni siquiera equipos de fútbol. Todo
esto sólo existe, pasa o lo tienen en Madrid o en Barcelona.
Pero a lo que íbamos
(como le gustaba repetir a Ortega y también a Gasset). Desde Ciudadano Kane (1941), sabemos que el verdadero poder
se encuentra en la información. Capitalizar la información es la verdadera
arma, la realmente capacitada para detentarlo. Con razón, pues, se ha llamado a
los mass media el
“cuarto poder”. Éste es, por lo tanto, el objeto de la crítica de Pablo, tanto
en su forma como en su contenido. El porqué de los fenómenos que vengo citando
está descrito a lo largo de Informativos Tele nada: el despliegue de la teoría del
“fin de la historia” es político en la medida en que pretende señalar o
registrar la profunda complicidad de las instituciones y cánones culturales, el
sistema docente, como Pablo sugiere en “El aula sin muros”; también el discente
y en su concluyente capitulación como atestigua el poema “Botellón”; la
profunda complicidad -decía- del lapidario “fin de la historia” con el
prestigio otorgado al lenguaje político y su ampulosa y huera retórica, con,
por ejemplo, la Guerra de Vietnam (hoy podríamos trasponerla a la de Irak, a la
de Afganistán o a cualquier otra) y otras intervenciones más leoninas y
subterráneas como una defensa de los valores occidentales. El recordatorio
político (pues al fin y al cabo la postura de Pablo Lorente en este libro no
deja de ser política en su sentido histórico, que no en el que pudiéramos
otorgarle ahora mismo) es al menos útil en la medida en que identifica una
procedencia notoriamente conservadora del axioma “fin de la historia”, que
pretende transmitir la convicción de que nada puede ser ya mejor que lo que el
capitalismo ha conseguido y, por consiguiente, hay que dejar las cosas como
están. Pero dejar las cosas como están significa, por ejemplo, admitir la
existencia de la pena de muerte (Pablo Lorente lo denunciara en el poema
“Borges”); dejar las cosas como están significa seguir formando parte del falso
oropel económico europeo, destino de miles de desahuciados procedentes de otras
latitudes (Pablo Lorente lo denuncia en los poemas “Ilusión redonda” y en
“Interculturalidad”); dejar las cosas como están significa asistir a las crisis
cíclicas del modelo que las crea para tomar posiciones ventajosas y consolidar
las existentes (Pablo Lorente lo denuncia en el poema “Nuevo apocalipsis”);
dejar las cosas como están significa crear seres sociópatas abandonos a la
suerte de su marginalidad (Pablo Lorente lo denuncia en el poema “Elí, Elí”).
Es decir, el lenguaje político institucional, global, en el que apenas ya se
advierten matices geográficos o caracterológicos, tiene la convicción absoluta
de que los ciudadanos somos ya incapaces de producir representaciones estéticas
de nuestra experiencia actual. Pero si era y es así, se trata entonces de una
terrible acusación contra el mismo capitalismo consumidor o, como mínimo, un
síntoma alarmante y patológico de una sociedad que ya no era ni es capaz de
enfrentarse con el tiempo y la historia. No hablaré aquí del postmodernismo,
que lo pretendió sin conseguirlo, ni del lenguaje de la literatura
postmodernista, que en su propia aseveración no advirtió, como así ha sucedido,
su autodescalificación.
Lo cierto es que la
presentación de este libro hoy, aquí, con el contenido que vengo aduciendo,
desdice la ilusa convicción de ese capitalismo -ahora ya sí- “informacional”
(como lo ha definido estupendamente Manuel Castells). Sí somos capaces de
producir representaciones estéticas de nuestra experiencia actual. Estos Informativos son una prueba entre muchísimas. No
es, sin embargo, sencillo encajar comprensiblemente el papel reservado al
artista en sus diversas manifestaciones creativas en este contexto social,
dificultad que ha definido muy bien Terry Eagleton al afirmar que “la comprensión
del presente desde adentro es la tarea más problemática que puede enfrentar la
mente”. Ahora bien, si el poeta advierte que puede ser precisamente éste su
empeño, ya tiene mucho avanzado en su propia definición de “agente productor de
cultura”, como habría dicho Walter Benjamín. Y es labor del poeta enfrentar su
posición a la del contexto dado, oponerse a las corrientes naturales definidas
por las nomenclaturas de la “cultura institucionalizada”, atisbar más bien su
curso para ensayar desviarlo, desbordarlo, embalsarlo… Y no es, por cierto,
tarea fácil. Una de sus armas ha de ser el lenguaje y, en este sentido, se
produce la paradoja de imponerse como objetivo desnaturalizar el lenguaje
actual para naturalizarlo. Hablo de un lenguaje que hinca sus raíces en el
lenguaje mismo, pero que ha ido extendiéndolas hasta otras manifestaciones
expresivas polimórficas en las que tienen cabida, naturalmente, los modos de
pensar y de vivir, los estilos de vida, los hábitos impuestos, la calificación
política del bien y del mal (o de lo bueno y lo malo, que no es exactamente lo
mismo); la compra-venta de los deseos, de los anhelos, de las aspiraciones
objetuales, los términos de la posesión como garantía de vida, etc., etc.; es
decir, todo aquello que afecta a todos por igual y tanto a nuestro
antropomorfismo como a nuestro ontologismo; o sea, tanto a nuestra consciencia
como a nuestra inconsciencia.Informativos Tele nada reúne varios ejemplos de ese
compromiso estético de su autor como poeta y de ese compromiso de su autor como
agente productor de cultura.
Aquella sociedad surgida en algún momento posterior a la Segunda
Guerra Mundial y llamada hoy postindustrial, capitalismo multinacional,
sociedad de consumo, sociedad de los medios, etc., con nuevos tipos de consumo,
una obsolescencia planificada, un ritmo cada vez más rápido de cambios de la
moda y los estilos, la penetración inmisericorde de la publicidad, la
televisión y los medios de comunicación en general a lo largo de toda la
sociedad en una medida hasta ahora sin paralelo; la antigua tensión entre el
campo y la ciudad hoy sustituida por el suburbio y el centro, por la capital y
la provincia y la estandarización universal; el desarrollo de las grandes redes
de carreteras y supercarreteras, la llegada de la cultura del automóvil (“¿Te
gusta conducir?”), la proliferación y dominio de las herramientas digitales y
las nuevas tecnologías… Éstos son algunos de los rasgos que han ido conformando
nuevos lenguajes perfectamente distinguibles, pero que actúan como solapas de
la diferenciación y que marcan una ruptura radical con la sociedad de la
preguerra en que el Modernismo avanzado todavía era una fuerza subterránea
igualmente reconocible.
Esos elementos conformadores y a la vez deformadores de la
sociedad de mercado son abordados por Pablo Lorente en su doble vertiente
formal y ontológica; es decir, en la crítica a la forma, como ocurre con el
poema “Publicidad” y en la expresión neta del vacío vital, del abismo
existencial abierto a los pies del ser humano en cuanto es eso, humano,
recogido en poemas como “Guerra doméstica” o “El sol”, por ejemplo.
En la historia del capitalismo nunca hubo otro momento en que
éste disfrutara del mayor campo y margen de maniobra: todas las fuerzas
amenazantes que en el pasado generaba contra sí mismo –movimientos e
insurgencias obreras, partidos socialistas de masas y aun los mismos estados
socialistas-; por el momento, el capitalismo global parece capaz de seguir su
propia naturaleza e inclinaciones, sin las precauciones tradicionales. Nosotros
mismos estamos aún en la depresión, y nadie puede decir durante cuánto tiempo
vamos a permanecer en ella. Vislumbramos, en todo caso, movilizaciones
incipientes que atestiguan ese resurgimiento y que actúan al margen de las
corporaciones sindicales y políticas. Muy recientemente, ha sido posible
asistir a acontecimientos de estas características en España a través de las
concentraciones enraizadamente reivindicativas en torno a la denuncia del
precio de la vivienda y la imposibilidad de acceso con dignidad a un hábitat
urbano básico, denuncia de la especulación e implicación de las Instituciones
en semejante estado de cosas. El movimiento 15-M español imitado en todo el
mudo, etc. etc.
Son sólo algunos ejemplos, muy superficiales, de lo que viene
organizándose desde instancias sociales críticas, comprometidas, concienciadas
y, sobre todo, adeptas a un trámite que había llegado a ser casi marginal: la
acción directa. La ocupación de las calles, la emblemática y la anagrafía
original, creativa del propio lenguaje reivindicativo.
Me parece a mí que la
propuesta de Pablo Lorente armoniza a la perfección con el atavío censor que
caracteriza a esas posturas y que constituye un estupendo ejemplo de arenga, de
llamada a la acción. La palabra ya ha sido dicha; en la envoltura aparentemente
abúlica con que se presentaInformativos Tele nada reside el germen de la denuncia como
paso previo a la acción.
Y no bastaría con citar
tales manifestaciones, sino que es necesario añadir cómo progresivamente van
incorporándose a su “clase” segmentos populares hasta ese momento
barbiturizados por la gramática estándar de la política egotista que había
deslindado al hombre del ser humano autocomplaciéndose de un desarrollo social
falaz en muchísimos de sus aspectos fundamentales. En este contexto, pues, la
tarea del poeta es crucial, su adhesión a una nueva conciencia de “clase” no
debería ser perdida de vista y su contribución desde la modestia como productor
de cultura tampoco abandonada. Decir que esta nueva (aunque antigua) actitud es
plenamente “moderna” hará sin duda reír a muchos: a todos aquellos que todavía
identifican ingenuamente lo “moderno” con lo “nuevo”. Informativos Tele nada constituye la crónica de una realidad
social de índole naturalista que no nos gusta, que no admitimos, que negamos
por una perversidad suplantada, oculta, omitida por la información
institucionalizada. Y esta información es, esencialmente, una gran mentira.
Apaga el televisor, tira el periódico e infórmate. Así se dice
en las redes sociales donde esa sugerencia se difunde. Yo estoy de acuerdo y me
temo que Pablo también. Por eso, comparto.
(2013)