Un sinfín de objetos de la historia de la humanidad y de un buen número de personajes y lugares, tanto míticos como hasta cierto contemporáneos, como es la bola de la discoteca del Studio 54, talismanes contra el fuego, pelotas que se reproducen al tocarlas, el espejo de Carroll etc. Sin embargo, el resultado no pasa de ser entretenido.
Dos agentes del Servicio Secreto de los EE.UU. son reclutados como agentes del almacén. Un lugar apartado y gigantesco. Su misión es sencilla, proteger el almacén y seguir recuperando objetos que alteran la personalidad de la gente y los ponen en peligro.
Los protagonistas y las situaciones recuerdan mucho a The Fringe: agente femenina guapa e inteligente, agente masculino guapo, infantil y con un don para presentir cosas. Un jefe algo alocado, mitad científico, mitad policía y un oscuro entramado de personalidades que controlan el almacén -los regentes-, al margen de ningún control.
Los casos se suceden aunque son difícilmente justificables, es decir, que la serie es poco verosímil, rozando el absurdo en muchas situaciones.
Me ha interesado la abundante presencia de la literatura en la serie, así, un capítulo se dedica a Poe –su pluma mágica que hace realidad lo que se escribe con ella-, otro a H.G. Wells, que en la segunda temporada se convierte en malo malísimo. Hay también algo de protagonismo para Carroll, ya hemos mencionado que su espejo aparece y juega un papel muy importante en una parte de la trama, en definitiva, una vez más, literatura y cine se dan la mano. Los casos se suceden aunque son difícilmente justificables, es decir, que la serie es poco verosímil, rozando el absurdo en muchas situaciones.
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