Recuerdo que podéis adquirir el libro en: http://www.lafraguadeltrovador.com/
LA FICCIÓN
La
ficción es una mentira que encubre una profunda verdad;
ella
es la vida que no fue, la que los hombres y mujeres
de
una época dada quisieron tener y no tuvieron y por eso debieron
inventarla.
Vargas
Llosa, M. (1997): Cartas a un joven novelista, Alfaguara,
Madrid.
Todos
somos estúpidos, nos creemos todo,
estamos
predispuestos a creerlo todo:
la
democracia, la justicia, la igualdad,
que
un pedazo de papel pintado valga
tantos
euros como para depender de él;
la
inmortalidad del cuerpo, el peso del alma,
la
razón de la ley en su ceguera de injusticia,
la
infalibilidad de los médicos, la eterna juventud,
la
libertad, el libre albedrío, la ficción.
La
ficción: las nanas, los cuentos, las novelas,
los
poemas, el teatro, el cine, los videojuegos,
las
malditas series siempre nuevas y tan viejas
en
sus pasiones básicas de camas y odios,
como
el amor, el desamor y la pasión
del
origen de los tiempos narrados.
La
ficción en su sinónimo, la educación,
educar
en ficciones, en palabras, gestos,
y
de todo aprendemos porque somos estúpidos.
La
ficción, lugar depositario de esperanza
de
un mundo mejor y más perfecto,
el
lugar en donde aprendemos todo:
la
forma de quedar, de pedir una cita,
de
organizar nuestra vida, nuestro jardín,
de
movernos, de hablar por teléfono,
de
teclear en pantallas de prístina perfección
en
busca de vidas mejores y más lejanas;
el
modo de comer, de tocar, besar, amar,
y
nos lo creemos todo, porque somos estúpidos.
La
ficción, espacio indeterminado y concreto
en
donde buscamos un príncipe azul con gestos de villano
y
alma de ángel y cuerpo perfecto de proporciones áureas.
En
donde buscamos arreglar el mundo con la inmediatez
de
nuestro sinsentido, desde nuestro despacho situado
en
la alcoba, en la cocina, en el sofá, el sillón o el retrete.
Ese
lugar en donde soñamos un mundo mejor de azar,
en
donde anhelamos el final del mal, pero justificamos
una
y otra vez un asesinato, el tráfico de drogas,
las
casas de vicio, la muerte y la violencia,
y
todo porque gracias a la ficción somos estúpidos.
Con
la ficción deseamos una vida mejor,
codicia
y avaricia de coches, casa con jardín,
el
escote de una rubia infártica y los músculos heroicos.
Deseamos
una guerra vencedera sin héroes
con
muertos de cirugía celeste de drones.
Amamos
a un mafioso tragón
y
a un doctor desagradable,
a
un marine terrorista
y
a un profesor narcotraficante.
Adoramos
a un policía corrupto,
y
a un torturado agente torturador,
y
despreciamos a un médico bueno
y
a un profesor gris porque somos nosotros mismos.
Todos
somos estúpidos, es de sobra conocido,
tan
solo un poco menos que el avestruz;
en
vez de esconder la cabeza, preferimos,
sin
dudarlo un instante y con pasión infantil,
pulsar
el play
y asomarnos a la ventana de plasma
con
la esperanza de vivir en otras vidas sin fin.
LA
NIÑA DE LAS MIL CARAS
“Pero,
al final de todos los caminos aguarda el que Tiene Muchos Rostros.
También a ti te aguardará algún día, no temas. No hace falta que
corras a sus brazos”. G.
R. Martin, El
festín de los cuervos, Canción de fuego y hielo IV,
Plaza&Janés
El
sumo sacerdote pregunta una y otra vez quién es la niña,
y
la niña falla al responder, le cuesta entender,
y
más tarde, la niña no puede responder, o no sabe, o no quiere,
aprende
del error y encuentra la virtud del silencio a su pesar.
En
ocasiones, cuando responde con la certeza del silencio
recibe
un golpe en el alma, o un pescozón en los recuerdos
de
la anhelada patria perdida con recuerdos borrosos de frío,
y
no sabe qué es lo más duele de entre todas las cosas
de
la infancia perdida en vuelo de cuervos y aullido de lobo.
Con
el paso de los días ha aprendido a no responder,
o
a pensar que no responde mientras las palabras se le caen,
y
se le resbalan, aunque el resultado siempre es el mismo;
un
sollozo desconsolado que se extiende desde las pestañas
hasta
el vientre pasando por el corazón, por las manos,
por
los pies helados, por las uñas del dedo corazón marchito
que
a veces late sin querer, en medio de la incógnita,
del
naufragio del día a día del menesteroso pordiosero.
Con
el paso de los días comienza a no saber quién es,
y
ya comienza a dudar si es hija del reino del norte,
de
más allá del muro, del reino de los inmortales
o
de esos privilegiados vivos sin alma
que
deambulan por los mares de poniente en busca de un destino
que
un día negaron, borraron o anhelaron en otros tiempos,
hace
ya tanto tiempo que nadie los recuerda en otras ciudades,
y
han perdido sus hogares, sus familias y su lengua
de
otros reinos, en desiertos o en desfiladeros helados.
Pero
la niña ya no sabe nada y empieza a confundirse
consigo
misma y su sombra, y ahí, sin que lo sepa,
está
comenzando su victoria en el reino de los vivos.
El
sumo sacerdote pregunta una y otra vez, y la niña,
como
las buenas princesas de los cuentos en donde el olvido
es
la herramienta mágica de desencadenante del futuro,
se
aferra a la bendición de la esperanza y a los latidos
de
un corazón que pide venganza, que pide sangre,
pero
que pide, sobre todas las otras cosas y antes que nada,
una
alcoba donde descansar, un fuego con el que calentarse,
y
la caricia de un padre bondadoso de espada y cordura
que
le guarda los restos de una infancia arrebatada.
La
cordura se le agota a la niña, las palabras se le borran,
las
respuestas se pierden y comienza, así,
a
vencer en la difícil empresa de ser ella misma,
en
un lugar que no es el suyo mas le pertenece,
una
vez adquiridas las ventajas que da el no ser yo, ni tú,
el
no ser uno mismo y serlo todo en reflejo de espejo vacío,
y
ser tú, y ser yo, y ser él, y nosotros y todas las personas a la
vez
en
distintos tiempos y lugares y en distintos idiomas y lenguajes.
Y
así, sin pretenderlo siquiera llega la libertad anhelada,
la
liberación definitiva de ser una respuesta vacía y llena,
la
libertad total de ser, finalmente, la niña de las mil caras.
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