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Lo nuevo en Ciudad Letralia
Hoy presentamos a nuestros lectores nuevos textos de
Triunfo Arciniegas, Wilfredo Carrizales, Carlos Barbarito y
Alberto Hernández; todos en Ciudad Letralia, la Metrópolis de las
Letras, el espacio de las firmas exclusivas de Letralia:
Tanta belleza hiere. Tanta piel.
Una muchacha abandonó un resto de besos y se humedeció con una
ola para apartarse la arena de la tarde. Otra cubrió su
esplendorosa preñez antes de volver a casa. La soledad no sabe
bien con los lugares paradisíacos. La soledad tampoco sabe bien
con el vino y las comidas exquisitas. Se lleva con el tabaco,
remedio para melancólicos, pero ya dejé de fumar, maldita sea.
El espejo estuvo vacío durante
tanto tiempo. Miraba en su interior con frecuencia y no había
nada, dentro ninguna sombra se movía y cosa alguna se reflejaba.
De pronto, una tarde, un rostro, un esbozo de sonrisa: Mary
Onetta se alojó en la superficie de cristal y desde allí me
contemplaba con ojos de madera pintada. Venía de muy lejos, de
remota edad y distante región. Sin ceremonia, llegó con un
simple acto de voluntad. La gracia era su medida y el escenario
redondo le daba en préstamo un caprichoso itinerario. A otro
observador le hubiera parecido hieratismo su natural expresión,
pero no a mí, asombrado con el deslumbramiento de su
acontecer.EL MONO CARMESÍ mira fijamente la película que se
proyecta sobre la inmensa pantalla ubicada frente a él.
Estupefacto, observa los detalles que muestra el filme. Hermosos
y amplios bosques cruzados por ríos, cuyas aguas son tan
cristalinas que reflejan muy fielmente lo que se encuentra sobre
los árboles: aves en sus nidos y ardillas saltando de rama en
rama y muchos micos durmiendo despreocupadamente ¿Hace cuánto
tiempo vio por última vez un bosque tan extraordinario como
esos?
Vivía cerca del colegio una
mujercita que nos traía sugestionados a todos: era el espíritu
del pecado. Habitaba frente a un patio exterior; su casa era
pequeñita; estaba enjalbegada de cal, con grandes
desconchaduras; no tenía piso bajo habitable; se subía al
principal, único en la casa, por una angosta y pendiente
escalerilla; arriba, en la fachada, bajo el alero del tejado, se
abría una pequeña ventana. Y a esta ventana se asomaba la
mujercita; nosotros, cuando salíamos a jugar al patio, no
hacíamos más que mirar a esta ventana.
Se trata de un grupo de poemas que
se advierten metáfora líquida, libre, abierta a distintas
lecturas. Rosana Hernández Pasquier, la autora de El cuerpo
de la transparencia (Blacamán Editores y Asociación Civil
En Cambio, Villa de Cura, 2012), se aventuró en medio de la
lluvia, de la contemplación de su mensaje, de los tantos sonidos
y consecuencias de su abundancia e hizo este universo en el que
también se lee el desarraigo de quien huye de ella, de quien
trata de reinventarla, de posesionarse de sus significados.
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